domingo, 1 de febrero de 2015

CAPÍTULO 6º.

Las siguientes dos semanas se desarrollaron de forma tan insólita y… extrañamente psicodélica…
Me sentía tan fuera de lugar, tan deprimida y tan asfixiada en mi propia vida… dormía tan poco y lloraba tanto…
Había vuelto a recaer. Definitivamente lo había hecho.
Aunque mi vida se desarrollara de la misma forma, con los mismos horarios y rutinas que de costumbre, el ambiente que me rodeaba, aquél que solía ser activo y olía a vitalidad y quizá también a un poco de emoción positiva, se había tornado en uno lento, con olor a silencio forzado y rabia contenida.

Hacía un par de días que había dejado de ir a tomar café con Jared por decisión propia, pues, debido a que Thomas ya no me insistía de aquella forma tan persistente con sus consejos respecto a lo que debía o no hacer con Jared, había decidido intentar «obedecer» a sus anteriores consejos de forma radical, pues sabía que realmente me salvarían de aquella depresión que luchaba por apoderarse de mí.
Por parte de Thomas, continuaba comportándose de aquella forma profesional de siempre, pero aún sin sonreírme, la relación Thomas―Alma se había escabullido, dejando simplemente aquella detestable posición terapeuta―paciente que tanto abominaba.
Empezaba a impacientarme, no sabía qué es lo que lo hacía comportarse  de forma tan distante conmigo y eso me ponía realmente de los nervios.
Así que allí me encontraba, sentada frente al exuberante psicólogo trajeado un día más, ya el último de la semana, pues era jueves.
A cinco minutos de terminar la sesión, mi paciencia había llegado a su fin. Necesitaba explicaciones que Thomas se negaba a darme a toda costa con el insignificante pretexto de que «no estábamos allí para hablar de aquello».

―Thomas…
―Dime. ―Musitó él mientras se acariciaba el mentón con rapidez con las yemas de los dedos.
―¿Podemos cambiar de tema? Me gustaría preguntarte algo. ―Susurré muy bajo, observándolo directamente a los ojos.
―¿Cuál es tu pregunta?
―¿Qué te pasa conmigo? ―Disparé rápidamente, sin pensar tan siquiera en el orden y la forma de formulación, pero lo hice.
―No me pasa absolutamente nada contigo, Alma. ―Sus ojos se mantuvieron firmes, clavados en los míos con tosquedad.
―Sí, sí te pasa, no me engañes, Thomas. ―Soné como una madre al regañar a su hijo por haberla mentido.
―¿A qué viene todo esto, Alma? ―El psicólogo frunció el ceño con suavidad.
―Viene a que te echo de menos. ―Solté sin procesar una vez más, pero esta vez me arrepentí de haberlo dicho.
―¿Cómo es que me echas de menos? Estoy aquí, nos vemos cuatro días a la semana, Alma. ―Se encogió de hombros, parecía no estar entendiéndome, pero sabía perfectamente que sí lo hacía.
―¡Deja de hacer como si no supieras nada del tema! ―Mi desesperación llegó hasta tal punto que no pude evitar gritar a aquel imponente hombre de hombros anchos a la cara. ―Estoy harta de no saber qué ocurre, me siento muy sola… ―Susurré esta vez, cerrando los ojos con fuerza a la vez que dejaba caer el rostro sobre las palmas de mis manos.
―¿Te sientes sola por haber dejado de tomar el café con Jared? ―Su voz volvió a ser tan analítica como de costumbre.
―¡No, Thomas! ―Alcé el rostro una vez más, consumida en mi propia furia interna. ―¡¿Quieres explicarme de una jodida vez qué te ocurre?! ―Volví a gritar, expulsando aquella impotencia que sentía por la boca.
―¡Maldita sea, lo que ocurre es que te quiero, Alma! ―Rugió él sin poder contenerse, apretando después la mandíbula con fuerza, como tantas veces había hecho. Thomas se levantó a la velocidad de la luz del sofá rojizo y se giró, yendo en dirección a su mesa para apoyar la cadera en el filo de la misma, enjugándose la cara con las palmas de las manos a la vez que suspiraba fuertemente, aunque más que como un suspiro, sonó como un gruñido. ―Ya es la hora… ―Susurró después, sin apartarse las enormes manos de la cara.
―Me da igual si es la hora, te pagaré cinco horas más si hace falta. ―Me levanté del sofá de cuero, extrañamente agradada por la confesión del doctor. ¿Qué mierda ocurría conmigo?

Crucé el estudio, golpeando el suelo con mis Stiletto negros hasta llegar frente a Thomas.

―No me parece sensato que te comportes así conmigo cuando dices que me quieres, Thomas… ―Susurré, echándome un mechón de cabello rubio tras la oreja.

Observé como Thomas retiraba las manos de su cara y cruzaba los brazos sobre su pecho.

―Esa no es la razón, Alma… no entiendes nada…
―Ilústrame. ―Me apresuré a decir, encogiéndome de hombros.
―La razón por la que me comporto «así» contigo es para no cometer un asesinato, Alma… Cada vez que me cuentas los intentos desesperados de tu ex marido por… llevarte a la cama, me dan ganas de ir y cogerlo por el cuello. ¿Es que no te das cuenta? Él tiene a Verónica, sólo está jugando contigo. Me jode la vida que le sigas el juego, Alma, realmente me tiene jodido. ―Hablaba entre dientes, apretando los puños y observándome furioso.
―¿Quieres dejar de hacer eso? ―Alcé el brazo para colocar la palma de la mano sobre el mentón tenso del terapeuta. Me recreé en el tacto de la barba incipiente, desplazando el dedo pulgar por su barbilla cuidadosamente. ―Algún día conseguirás hacerte daño.

El rostro de Thomas se relajó notablemente al sentir el tacto de mi mano, permaneciendo inmóvil mientras me observaba a los ojos en silencio, intensamente.

―Alma… ―Susurró al fin, alzando una mano hasta la mía para enlazar nuestros dedos y apretar un tanto más mi mano contra su mentón.
―Por favor, Thomas… no me dejes tú también… ―Susurré sinceramente, frunciendo el ceño de forma muy leve en una mueca de angustia. ―Te necesito.
―No tanto como yo a ti… ―Aprovechó que tenía mi mano agarrada para tirar de ella suavemente, haciéndome chocar contra su torso sin remedio.

Emití un minúsculo jadeo al sentir como las manos de Thomas me elevaban por la cintura hasta dejarme sentada sobre la robusta mesa de la consulta.
Ahora ya a la altura del apuesto doctor, se inclinó hacia mí para depositar sobre el filtro de mi labio superior un dulce beso rápido. De forma instintiva rodeé su cintura con mis piernas mientras cerraba los ojos para recibir aquél beso corto. Los abrí cuando sentí que alejaba su rostro del mío y clavé la mirada en sus ojos verdes, que me inspeccionaban de forma intensa, tan intensa como siempre.

―¿Volverás a sonreírme alguna vez? ―Susurré bajo mientras desplazaba mis manos hacia su nuca, enredando los dedos entre los mechones de su pelo castaño rojizo cuidadosamente.

―Lo haré. ―Asintió suavizante, acercándose más a mi cuerpo cuando ejercí un tanto más de presión sobre su cintura con mis gemelos, justamente buscando aquella reacción. ―Pero me gustaría hacer algo primero. ―Aquella sonrisa leve, casi imperceptible, comenzaba a asomar entre las comisuras de los labios del joven psicólogo de anchos hombros mientras se inclinaba hacia mí una vez más.

Sus labios rozaron los míos de forma sutil, débilmente, en una suave caricia que provocó que me inclinara hacia ellos de forma involuntaria, yendo en busca de ellos en seguida. Mantenía los ojos cerrados mientras lo hacía, dejándome llevar realmente por mi instinto, el cual gritaba a voces que no la cagara, que aprovechase la situación y que no soltara jamás a Thomas.
Y es lo que hice.
Lo atraje hacia mí, ayudándome de las manos que rodeaban su nuca y presioné mis labios contra los suyos, escuchando al momento un suave gruñido por parte de Thomas. Sentí su mano en mi cuello. Ahora comenzaba a acariciar mi mentón con la yema del dedo pulgar, delineando el mismo en una suave caricia lenta mientras nuestros labios se fundían de forma pasional, intensa y ardiente. De mi mente desaparecía cada rastro de Jared mientras nuestros labios se hallaban aún unidos. Nada podía hacerme daño mientras aquella cercanía continuase vigente. Nada.
Thomas se separó de mis labios, llevándose uno de ellos, el inferior, entre sus dientes, el cual liberó segundos después, dando paso a una suave carcajada grave, proveniente del atractivo terapeuta.
Abrí los ojos para verlo sonreír. Joder, cuánto había echado de menos aquella sonrisa... de verdad lo había hecho.

―¿De qué te ríes? ―Susurré, sonriendo suavemente tras humedecerme los labios rauda con la lengua.
―No sabes las veces que he imaginado esto, Alma, de verdad que no lo sabes. ―La sonrisa de Thomas amplió aún más si cabía mientras se atusaba el pelo con su inmensa palma de la mano.

No sabía cómo responder a aquello, me sentía extrañamente agradada con aquella situación, tenía claro que seguía amando a Jared, pero algo pasaba con Thomas, algo en mi interior quería aquello, deseaba a Thomas en mi vida y precisamente de aquella manera.
Cuando dije que lo necesitaba no mentía, en verdad lo necesitaba, lo necesito de hecho.
Ese hombre de anchos hombros y pelo rojizo es el único que puede hacerme olvidar de una maldita vez a mi ex marido, de eso estoy segura.

―Me encantas, Thomas... ―Susurré franca, alzando la vista hacia sus ojos verdes, observándolo atentamente.

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Llegué a casa a eso de las siete y media de la tarde después de que Thomas casi me metiera a rastras en su todoterreno, empeñado en llevarme a casa a pesar de lo próxima que se encontraba.
Lo primero que hice, consumida en mi propia rutina, fue bajarme de aquellos tortuosos tacones negros con un ligero movimiento de tobillo hacia adelante, dejándolos ahí tirados en mitad del salón para dirigirme en seguida al amplio y luminoso dormitorio donde dormía.

Tras darme un interminable y relajante baño y enfundarme en aquella inmensa camiseta blanca de Hard Rock que siempre solía llevar en casa, volví al salón para sentarme en el sofá. Agarré el macbook que se encontraba sobre la mesa de café frente al sofá y lo encendí, accediendo a Internet en seguida para ponerme a trabajar un poco en algunas correcciones que me quedaban por hacer.
El vibrante sonido proveniente de otra aplicación del portátil me avisó de que alguien había abierto chat conmigo.

―Joder... ―Chasqueé la lengua al observar el usuario que acababa de enviarme un mensaje.

·.·.·JARED: Necesito verte, Alma, no huyas, por favor. No entiendo qué es lo que te pasa conmigo últimamente. No eres la misma.

Contesté al mensaje, esperando convencerlo para evitar cualquier quedada. Era lo que menos necesitaba.

.·.·.ALMA: ¿Para qué quieres verme? No tenemos nada de qué hablar, Jared. Todo está dicho.
·.·.·JARED: No, todo no está dicho porque tengo demasiadas jodidas preguntas, Alma.
.·.·.ALMA: En el fondo sabes que tienes la respuesta a cada una de ellas.
·.·.·JARED: Joder, Alma... te lo suplico, habla conmigo. En persona. Dame solo media hora. Quedamos media hora y no te vuelvo a  pedir jamás una quedada.
.·.·.ALMA: Jared, haz el favor de seguir con tu vida y dejar que continúe con la mía. A mi manera.

Ni siquiera esperé respuesta, simplemente cerré la tapa del portátil y lo dejé justo donde lo había encontrado, yendo entonces directamente a la cama, buscando dormir para no darle más importancia a aquello, pues no debía tenerla.


Trabajar al día siguiente me resultó excesivamente estresante. Jared se acercaba a mi despacho en cada hueco que encontraba para contraatacar, clamando piedad y una cita.
Había olvidado lo increíblemente testarudo que podía llegar a ser, y por lo visto, él también había olvidado que yo lo era aún más.
Conseguí salir de allí sin ser secuestrada por Jared. Gracias a Dios.
Creí que jamás iba a librarme de él.
Lo cierto es que me hacía demasiada gracia la paradoja de ser Jared el que me estuviese persiguiendo suplicándome media hora en vez de ser yo, la que acostumbraba a llorar por él cada noche, la que fuese detrás de él. Por otro lado me hacía sentir... extrañamente agradada. Agradada por las molestias que Jared se estaba tomando por tan solo treinta minutos de charla conmigo.
Por algo lo hacía, ¿no?

Como hoy no tenía que ir a terapia, aproveché la tarde para adelantar trabajo. Bueno, adelantar trabajo y pensar incesantemente en cómo debía comportarme a partir de ahora con Thomas. Oh, Thomas...
Fue inevitable no sonreír al tan solo pensar en su nombre. Más tarde me atacaron millones de pensamientos acerca del tacto de sus labios sobre los míos, acerca de la suavidad de su pelo alrededor de mis dedos, acerca de su torso, tan jodidamente próximo a mí...
Cuando quise darme cuenta y volver a la realidad, ya le había enviado el mensaje al psicólogo.

"Hola, Thomas... yo estaba pensando que quizás te gustaría pasar por casa y acompañarme para cenar... si no tienes planes, claro. Espero tu respuesta. ―Alma."

Releí el mensaje incrédula por lo que había hecho. Había utilizado el número que me había dado para utilizar en caso extremo para enviarle una jodida invitación.
Buen trabajo, gilipollas.
Increíblemente, la respuesta de Thomas vino a mí minutos después en forma de llamada.
Toqué la pantalla táctil de mi smartphone con manos temblorosas, realmente asustada por lo que tenía que decirme.
―¿Sí? ―Musité, intentando controlar mi voz lo máximo posible.
―¿Alma? Disculpa la demora, estaba terminando la última consulta. ―Se explicó él con una naturalidad envidiable.
―No... No te preocupes, Thomas. Me mantengo ocupada trabajando. ―Con el trabajo y soñando despierta en tus embestidas, pensé justo después de terminar de hablar, ruborizándome en seguida como consecuencia.
―¿Qué hay de esa invitación? ¿Continúa vigente? ―En su voz podía notar un atisbo de diversión. Seguramente sonreía mientras hablaba.
―Claro que sí. Me muero por verte. ―Definitivamente me había pasado con el entusiasmo.
―Imagínate yo. Llevo echándote de menos desde que te dejé ayer en casa. ―Su voz se tornó un tanto más tenue, privada e intensa. Había dejado de sonreír. Hablaba en serio.
―Eres un cielo... ¿Cuánto crees que tardarás en llegar? Quiero tener la cena para cuando estés aquí.
―Oh, nada de eso, Alma. Hagamos juntos la cena. Llevaré un par de cosas y te mostraré lo que sé hacer en la cocina. ―Volvió a su voz el tono jocoso. ¿Es que aquella referencia iba con doble sentido?
―Te espero entonces, virtuoso. ―Hice énfasis en el adjetivo, riendo suave después. Muy suave.


Thomas no tardó en llegar, venía cargado con una bolsa de papel repleta de todo tipo de ingredientes y alimentos.

―Guau… pero, ¿qué sueles cenar tú, Thomas? ―Alcé las cejas, incrédula mientras sacaba los alimentos de la bolsa para dejarlos sobre la encimera de la cocina.
―Lo normal. ―Thomas emitió una sonora carcajada y sentí su proximidad, y más tarde sus manos rodeando mi cintura firmemente. Posó su mejilla sobre mi hombro derecho y depositó un lento beso sobre la parte posterior a mi oreja.

Me giré para rodear sus hombros interminables entre mis brazos, observando aquél pulido rostro masculino que se aproximaba al mío de forma lenta. Me incliné también hacia Thomas para presionar mis labios contra los suyos en un lento beso, que Thomas correspondía de forma virtuosa, y quizás un tanto anhelante.
El beso se intensificó conforme las manos del terapeuta bajaban por mi cintura. Pude sentir como introducía sus dedos dentro de la camiseta de Hard Rock, subiéndola suavemente hasta mis caderas, las cuales presionó contra las de él con ayuda de aquellos dedos que me exploraban delicadamente.
No tardó en sentarme en la encimera, sin importarle encima de en qué alimento empaquetado me sentaba, simplemente concentrado en aquél beso intenso. Mantenía uno de sus increíbles brazos alrededor de mi cintura, cerciorándose de que no hubiese el mínimo espacio entre nuestros cuerpos.
Thomas gruñó muy suave sobre mis labios cuando dirigí mis manos hacia el primer botón de su camisa gris, abriendo todos y cada uno de aquellos botones que mantenían la camisa cerrada muy lentamente, disfrutando de cada centímetro de torso que mis manos tocaban. Su pecho subía y bajaba de forma no demasiado relajada, y es que la situación no daba lugar a menos.
Rodeé su cintura con mis piernas cuando sentí sus labios en aquél lugar. Mi maldito punto débil. Thomas mordisqueaba mi mentón cuidadosamente, divirtiéndose con la situación y con cada reacción que tenía hacia una nueva caricia.
Arañé su abdomen suavemente, sintiendo la dureza de sus músculos, perfectamente trabajados en aquella zona. Santo Cielo.
Las inmensas manos del psicólogo apretaron mis muslos entre sus dedos, ante lo cual no pude evitar emitir un intenso jadeo.
Me incliné hacia aquella divinidad de la naturaleza para besarlo una vez más en los labios, cuando, de repente y de la forma más inoportuna existente, el timbre sonó, y no solo una vez, sino repetidas veces, tres veces que nos hicieron separarnos mientras mirábamos en dirección a la puerta, como si pudiésemos ver a la inoportuna visita a través de la madera oscura de la robusta puerta de salida.

―Maldita sea… ―Thomas alzó la mirada hacia mí. Yacía con el pelo despeinado y los labios hinchados. Jodidamente perfecto. ―Iré a ver quién es… ―Salió de la cocina americana para dirigirse hacia la puerta de salida y abrirla para encontrarse con quien había tocado de esa insistente forma.
No
La mirada de un consternado Jared fue directa al irresistible terapeuta semidesnudo que aún mantenía la camisa gris abierta, para más tarde, dirigirla hacia mí, que me hallaba a unos pasos de Thomas.

―¿Qué coño pasa aquí? ―Aquello parecía haberlo molestado demasiado. No conocía la forma en la que Jared me miraba. Era una mezcla entre decepción y furia.


Tierra, trágame.


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