–Hey… –Me saludó Jared una
vez hube cerrado la puerta de su Jeep.
–Buenas tardes. –Lo saludé
también, esbozando una suave sonrisa y dirigiendo la mirada hacia él.
–¿Cómo te ha ido? –Me
preguntó con suavidad, emprendiendo el camino en dirección desconocida.
–Bien… –Asentí al tiempo que
me acomodaba el bolso en el regazo. –¿Adónde vamos, Jared?
–Pues me encantaría ir a un
lugar tranquilo, la verdad. Donde podamos concentrarnos en el trabajo, ya
sabes.
–¿Quieres que vayamos a mi
apartamento? –Le pregunté sin dudarlo, volviendo la vista hacia él para
observar su reacción.
–Hmm… –Murmuró, tanteando la
opción. –Está bien, sí, qué mejor.
Jared aumentó la velocidad a
la que avanzábamos y yo me acomodé en el asiento, agotada, a pesar de la
temprana hora que era aún.
No tardamos demasiado en
llegar al barrio residencial donde se encontraba mi ático, pues la consulta de
Thomas quedaba tan cómodamente cerca, que incluso me desplazaba andando hacia
ella cada día.
Bajamos del Jeep en seguida y
nos adentramos en el edificio donde vivía.
–Me gusta cómo la has
redecorado. –Comentó Jared una vez cruzó el umbral de la puerta de lo que antes
era ‘nuestro hogar’ y esbozó una sonrisa suave.
–Pero si eras tú el que me
impedía poner flores por la casa «porque tenías alergia al polen» –Comenté con
una ceja en alto, pues la nueva decoración se basaba en tan solo un par de
jarrones con diversidad de rosas coloridas por acá y por allá.
–Y sigo siéndolo, pero eso no
quita que queden bien. –Jared sonrió conforme y se sentó en el mullido sofá
blanco, dejando su maletín de piel sobre la mesita de café que se hallaba
frente a él.
Fui a sentarme a su lado,
observándolo pacientemente, esperando escuchar la cuestión por la que nos
habíamos reunido.
–Bien… déjame que te enseñe
lo que tengo hecho. –Jared se inclinó sobre su maletín para abrirlo y sacar de
él el delgadísimo macbook que llevaba usando para trabajar en casa desde que
fuimos contratados en la empresa en la que trabajábamos.
Lo encendió con paciencia,
tratando al portátil de aquella forma delicada con la que trataba todo, era
difícil observar a Jared tirando cosas por acá y por allá, incluso admitía que
era mucho más organizado que yo.
–¿Te apetece un café? ¿Una
cerveza quizás?
–Cristo, una cerveza estaría
muy bien. Gracias, Alma. –Giró el rostro hacia mí para dedicarme una sonrisa cargada de
gratitud mientras me levantaba del sofá e iba en busca de la cerveza que Jared
había aceptado, a la amplia cocina americana.
–Mira, esto es lo que tengo.
Me gustaría que me dijeses qué es lo que cambiarías… o cualquier fallo que veas
me encantaría que me lo corrigieses. –Musitó él cuando regresé a su lado con la
cerveza, la cual coloqué sobre un posavasos de crochet rosado.
Jared me mostraba la portada
de la revista correspondiente a la semana próxima. No andaba desencaminado, un
fondo discreto y la imagen del nuevo “sex symbol” del país agarrándose la
corbata de una manera tan intensa, que era imposible no ruborizarse ante la
recreación de que hiciera aquello delante de mis ojos para iniciar el acto de
empezar a deshacerse de su ropa. Letras en mayúsculas y negrita para los
bombazos y algunas aclaraciones en cursiva.
–¿Qué pretendes que te
corrija, Jared? Vas bien. –Fruncí el ceño muy suave, aún sin apartar la vista
del musculoso hombre rubio de la portada, que curiosamente, hacía que recordase
los anchos hombros de Thomas, y que más tarde, hacía que me acordase del sermón
que me había echado al despedirnos.
Sabía que aquello no estaba
bien, de hecho, estaba fatal. Estábamos en mi apartamento, yo no paraba de
barajar la opción de que Jared pudiera acabar en mi cama al final de la tarde a
pesar de todo. A pesar de su traición seguía queriéndolo igual que el primer día,
incluso más.
Jared no es malo, simplemente
es… manipulable. Quizás aquella forma de ser suya lo excusase, o quizá sea yo
la que intenta excusarlo a fin y al cabo.
–¿Tú crees? –Me preguntó
justo antes de llevarse el botellín de cerveza a los labios para proporcionarle
un trago.
–Sí, por supuesto, sólo deja
espacio para tres o cuatro más exclusivas que están al caer y listo. –Esbocé
una sonrisa suave, casi imperceptible y volví la vista hacia la creación de
Jared.
–¿Te gusta ese niñato? –Me
preguntó al reparar en el empeño con el que observaba la imagen.
–No está mal… –Susurré muy
leve, alzando la vista hacia él.
–Vaya…
–Qué expresivo… –Volví a
susurrar a la vez que dirigía la vista una vez más hacia el modelo, esta vez
tan solo para molestarlo.
–Vaya gusto el tuyo. –Murmuró,
terminando la frase y cerrando la tapa del ordenador acto seguido para quitar
de mi vista al joven de la portada.
–¿A qué te refieres?
–A que no sé cómo puede
gustarte.
–¿Quién crees que debería
gustarme? –Alcé las cejas con suavidad.
–Está claro que él no. –Volvió
a beber de su cerveza, girando su cuerpo suavemente hacia mí para verme mejor.
–¿Crees que eres el único que
puede gustarme?
–Yo no he dicho eso… –Bajó el
tono de voz un tanto, carraspeando acto seguido la garganta.
¿En qué piensas, Jared Leto?
–Es lo que me parecía que
decías. –Ladeé el rostro suavemente.
–Alma.
–Dime, Jared.
–¿Sigo gustándote? –Sus ojos
claros se clavaron en los míos, haciéndome sentir intimidada y un tanto dolida
a la vez que avergonzada.
–¿Qué pregunta es esa? –No
pude aguantar la presión de su mirada y clavé la mía en mi regazo.
–La primera que se me ha
ocurrido… –Susurró mientras ladeaba una sonrisa tímida y se inclinaba un tanto
hacia mí.
Alcé la vista una vez más
hacia él al advertir su proximidad y observé la forma en la que se inclinaba
hacia mí, lenta y suave.
–Jared… –Fue lo único que
alcancé a decir antes de agarrase mi mentón con los dedos pulgar e índice y
presionara sus labios contra los míos.
Fue un beso corto que me hizo
jadear violentamente, mis ojos no dejaban atrás los suyos hasta que Jared ladeó
el rostro y me besó de forma aún más intensa, tan intensa, que me hizo cerrar
los ojos de puro placer, dejándome hacer ante aquella suave ambrosía que hacía
casi un año que no probaba.
Deslizó las yemas de sus
dedos hasta la parte posterior a mi oreja, hundiendo acto seguido los dedos
entre los cortos mechones de mi media melena rubia.
Cristo, aquello ocurrió de
forma tan… inesperada… Tan inesperada que apenas me dio tiempo a procesarlo.
Jared volvió a separarse de
mis labios, observándome con una mueca imperturbable. De forma fija, con la
respiración un tanto agitada, manteniéndose totalmente inmóvil.
–Jared… ¿qu… qué haces? –Tartamudeé
en un nuevo jadeo, sintiendo como mis ojos se humedecían de forma excesiva,
vidriosos ante la emoción infundada que me apretaba el pecho.
–Joder… –Jared se llevó una
mano a la cara, pellizcándose el puente de la nariz mientras cerraba los ojos,
tomándose un descanso. –Cristo, Alma… lo siento… –Pronto recogió el macbook,
volviéndolo a meter en su maletín para llevárselo consigo.
Me quedé allí sentada,
observando como Jared se marchaba apresurado y cerraba la puerta de la misma
forma. Realmente me encontraba en estado de shock. No sabía si sonreír o
llorar.
¿Qué carajo había ocurrido?
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Justo había terminado de ponerme
aquella ancha camiseta blanca de Hard
Rock Cafe que usaba a modo de pijama cuando escuché el timbre sonar. Posiblemente se tratase de
Alicia, solía venir a cenar de vez en cuando y hacía un par de días que no la
veía.
Me dirigí hacia la puerta de
la entrada descalza aún, y abrí la puerta con una sonrisa suave, esperando a escuchar alguna exclamación proveniente de la suave voz alegre de mi mejor amiga.
Pero no fue así.
–Siento mucho presentarme a
estas horas, Alma…
El atractivo doctor de ojos
verdes se encontraba a unos pasos del umbral de la puerta de mi ático. Lucía
mucho más informal que de costumbre. Se había deshecho tanto de su chaqueta de
traje negra como de su corbata y había optado por abrirse los primeros dos
botones de su camisa blanca. Su cabello castaño había perdido la forma de ola
con la que solía moldearse el flequillo y ahora lucía un tanto despeinado, lo
que le proporcionaba un ligero aire felino, incluso aparentaba ser mucho más
posesivo y activo, quizás un aire más
juvenil también le daba. Conservaba las manos en el interior de sus bolsillos de
traje y mantenía aquellos anchos hombros suyos un tanto encorvados hacia
adelante en una postura a la que estaba más que acostumbrada a presenciar, pero
que jamás había dejado de hacer que me estremeciese.
–Thomas… –Fue lo único que
alcancé a decir, pues realmente me sorprendía su presencia.
–Mil disculpas de nuevo, Alma…
vengo a disculparme. –Se acercó un paso a mí y tuve que alzar el mentón para
poder observarlo a los ojos.
–¿A disculparse? –Fruncí el
ceño muy suave. –No tiene por qué preocuparse por nada, Thomas, si la tozuda
soy yo…
–Existen diversas formas de
decir las cosas y la de esta tarde no ha sido la más apropiada… Confieso que
perdí la paciencia, pero no paro de pensar en que no debía haberte hablado así
y no podía quedarme con esto dentro. –Alzó una mano para colocarla sobre su mentón
y acariciarlo muy suave con las yemas de los dedos. –Y sé que mañana tenemos
que vernos, pero no puedo pasarme los tres cuartos de hora que nos vemos
disculpándome, son dos asuntos totalmente ajenos el uno del otro.
–Thomas… –Esbocé una sonrisa
leve, casi imperceptible y me eché a un lado, dispuesta a dejarlo pasar. –¿Le gustaría entrar? Hace frío…
Thomas llevó la mano desde su
mentón a su frente, y después se atusó el pelo suavemente con las yemas de los
dedos, asintiendo ante mi proposición acto seguido.
–Gracias, Alma. –Se giró
justo al entrar, quedando a pocos centímetros detrás de mí, por lo cual, al
cerrar la puerta, me giré para ir en dirección al salón, chocando violentamente
contra el torso del psicólogo. –Eh… –Susurró Thomas sin moverse tan siquiera un
milímetro a pesar del fuerte impacto, agarrándome acto seguido por los codos para
impedir que pudiese caer al suelo de parqué.
–Cristo… Disculpe, Thomas. –Se
me hizo totalmente imposible no ruborizarme, por los cual mantuve la cabeza
baja para evitar que me viese.
–¿Podrías tutearme, por
favor, Alma? –Una suave carcajada masculina inundó el recibidor del ático.
–Sí, claro… perdón. –Me mordí
el labio con cuidado, dejando la vista posada en las uñas de los dedos de mis
pies, adornadas con una delicada manicura francesa.
Sentí como Thomas agarraba mi
mentón justo como Jared lo había hecho un par de horas antes y me inundó un
real pánico mientras alzaba mi rostro, pero no me aparté de él, realmente no me
apetecía. Clavé la vista en los ojos verdes del psicólogo, expectante a su próximo
movimiento.
Pero él no se movió.
Simplemente se quedó allí
parado, acariciando mi rostro con su mirada, podía incluso sentirla dibujando
de forma abstracta sobre mis mejillas y comisuras de tan intensa que era.
–Me gusta que me mires a los
ojos mientras hablamos. –Musitó él con dulzura, esbozando a la vez una sonrisa
discreta.
–Hm… ¿te apetece un café? –Me
arrepentí de aquello justo después de decirlo. Definitivamente me había pasado
de seductiva. Muy apropiado todo.
Muy bien, Alma. Ouh, yeah.
–No me gusta el café. –Las
comisuras de los labios de Thomas se alzaron divertidas, altamente joviales.
Parecía realmente divertido con mi proposición. –Pero gracias. –Apartó la mano
que sostenía mi mentón y se apartó también un paso de mí en dirección a la
puerta. –Será mejor que me vaya.
–No.
–¿Cómo que no?
–Tengo cerveza… y té.
Thomas volvió a reír de
aquella forma armoniosa.
Lo cierto es que no tenía ni
idea de qué demonios estaba haciendo. Acababa de besar a Jared, me había
encantado. Lo amaba. Lo amo, y ahora… ¿qué hago reteniendo a Thomas?
Jesús… qué
sola estoy.
–De acuerdo… aceptaré esa
taza de té. –Accedió él, manteniendo esa sonrisa suave y profesional que lo caracterizaba.
–Siéntate, por favor. –Señalé
al sofá que se hallaba a unos pasos de nosotros.
–¿Puedo acompañarte? –Alzó una ceja con suavidad, esperando paciente.
–Claro que sí.
Me giré para dirigirme hacia
la luminosa cocina americana. Sentía los pasos de Thomas justo detrás de mí, lo
que me ponía realmente nerviosa.
–Hard Rock, ¿eh? –Musitó él de forma sugerente mientras se sentaba
en unos de los taburetes de la cocina, frente a la barra. No paraba de
escrutarme con la mirada, curioso, parecía realmente agradado con la situación.
–Se me hace raro no verte con esos tacones tuyos. Pareces más… baja. –Se burló
él, riendo bajo acto seguido.
–¿Quieres que vaya con los
tacones también por casa? Dame un respiro. –Me giré para echarle una mirada
divertida, aunque no sonreía de forma amplia. Hacía tiempo que no hacía eso.
–No he dicho que me desagrade
el atuendo, Alma. Eso que llevas parece mucho más cómodo que esto. –Se tiró del
cuello de la camisa blanca que llevaba.
–Apuesto a que lo es. –Coloqué
la taza de té frente a él y me senté también en uno de los taburetes, frente a
él también.
–Bueno… ¿qué tal te ha ido
con Jared esta tarde? –Alzó la vista hacia mis ojos, y advertí en los suyos un
tanto de desconfianza, quizá hostilidad.
–No sé… –El famoso nudo
de mi garganta volvió a relucir. Aquél tema me ponía realmente nerviosa.
–¿Eso qué significa? –Thomas
frunció el ceño con rudeza.
–¿Hacemos un trato?
–Cuéntame.
–Yo te lo cuento y tú no te
enfadas… por favor.
–¿Qué ha pasado, Alma? –Thomas
parecía estar impacientándose.
–Jared me ha besado. –Me
mordí el labio, esperando realmente el sermón venidero.
Pero curiosamente no dijo nada, simplemente
se quedó inmóvil, mirándome a los ojos con semblante inescrutable.
¿Debería temer?
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THOMAS. |
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