martes, 16 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 4º.

–Hey… –Me saludó Jared una vez hube cerrado la puerta de su Jeep.
–Buenas tardes. –Lo saludé también, esbozando una suave sonrisa y dirigiendo la mirada hacia él.
–¿Cómo te ha ido? –Me preguntó con suavidad, emprendiendo el camino en dirección desconocida.
–Bien… –Asentí al tiempo que me acomodaba el bolso en el regazo. –¿Adónde vamos, Jared?
–Pues me encantaría ir a un lugar tranquilo, la verdad. Donde podamos concentrarnos en el trabajo, ya sabes.
–¿Quieres que vayamos a mi apartamento? –Le pregunté sin dudarlo, volviendo la vista hacia él para observar su reacción.
–Hmm… –Murmuró, tanteando la opción. –Está bien, sí, qué mejor.

Jared aumentó la velocidad a la que avanzábamos y yo me acomodé en el asiento, agotada, a pesar de la temprana hora que era aún.

No tardamos demasiado en llegar al barrio residencial donde se encontraba mi ático, pues la consulta de Thomas quedaba tan cómodamente cerca, que incluso me desplazaba andando hacia ella cada día.
Bajamos del Jeep en seguida y nos adentramos en el edificio donde vivía.

–Me gusta cómo la has redecorado. –Comentó Jared una vez cruzó el umbral de la puerta de lo que antes era ‘nuestro hogar’ y esbozó una sonrisa suave.
–Pero si eras tú el que me impedía poner flores por la casa «porque tenías alergia al polen» –Comenté con una ceja en alto, pues la nueva decoración se basaba en tan solo un par de jarrones con diversidad de rosas coloridas por acá y por allá.
–Y sigo siéndolo, pero eso no quita que queden bien. –Jared sonrió conforme y se sentó en el mullido sofá blanco, dejando su maletín de piel sobre la mesita de café que se hallaba frente a él.

Fui a sentarme a su lado, observándolo pacientemente, esperando escuchar la cuestión por la que nos habíamos reunido.

–Bien… déjame que te enseñe lo que tengo hecho. –Jared se inclinó sobre su maletín para abrirlo y sacar de él el delgadísimo macbook que llevaba usando para trabajar en casa desde que fuimos contratados en la empresa en la que trabajábamos.

Lo encendió con paciencia, tratando al portátil de aquella forma delicada con la que trataba todo, era difícil observar a Jared tirando cosas por acá y por allá, incluso admitía que era mucho más organizado que yo.

–¿Te apetece un café? ¿Una cerveza quizás?
–Cristo, una cerveza estaría muy bien. Gracias, Alma. –Giró el rostro hacia mí para dedicarme una sonrisa cargada de gratitud mientras me levantaba del sofá e iba en busca de la cerveza que Jared había aceptado, a la amplia cocina americana.
–Mira, esto es lo que tengo. Me gustaría que me dijeses qué es lo que cambiarías… o cualquier fallo que veas me encantaría que me lo corrigieses. –Musitó él cuando regresé a su lado con la cerveza, la cual coloqué sobre un posavasos de crochet rosado.

Jared me mostraba la portada de la revista correspondiente a la semana próxima. No andaba desencaminado, un fondo discreto y la imagen del nuevo “sex symbol” del país agarrándose la corbata de una manera tan intensa, que era imposible no ruborizarse ante la recreación de que hiciera aquello delante de mis ojos para iniciar el acto de empezar a deshacerse de su ropa. Letras en mayúsculas y negrita para los bombazos y algunas aclaraciones en cursiva.

–¿Qué pretendes que te corrija, Jared? Vas bien. –Fruncí el ceño muy suave, aún sin apartar la vista del musculoso hombre rubio de la portada, que curiosamente, hacía que recordase los anchos hombros de Thomas, y que más tarde, hacía que me acordase del sermón que me había echado al despedirnos.

Sabía que aquello no estaba bien, de hecho, estaba fatal. Estábamos en mi apartamento, yo no paraba de barajar la opción de que Jared pudiera acabar en mi cama al final de la tarde a pesar de todo. A pesar de su traición seguía queriéndolo igual que el primer día, incluso más.
Jared no es malo, simplemente es… manipulable. Quizás aquella forma de ser suya lo excusase, o quizá sea yo la que intenta excusarlo a fin y al cabo.

–¿Tú crees? –Me preguntó justo antes de llevarse el botellín de cerveza a los labios para proporcionarle un trago.
–Sí, por supuesto, sólo deja espacio para tres o cuatro más exclusivas que están al caer y listo. –Esbocé una sonrisa suave, casi imperceptible y volví la vista hacia la creación de Jared.
–¿Te gusta ese niñato? –Me preguntó al reparar en el empeño con el que observaba la imagen.
–No está mal… –Susurré muy leve, alzando la vista hacia él.
–Vaya…
–Qué expresivo… –Volví a susurrar a la vez que dirigía la vista una vez más hacia el modelo, esta vez tan solo para molestarlo.
–Vaya gusto el tuyo. –Murmuró, terminando la frase y cerrando la tapa del ordenador acto seguido para quitar de mi vista al joven de la portada.
–¿A qué te refieres?
–A que no sé cómo puede gustarte.
–¿Quién crees que debería gustarme? –Alcé las cejas con suavidad.
–Está claro que él no. –Volvió a beber de su cerveza, girando su cuerpo suavemente hacia mí para verme mejor.
–¿Crees que eres el único que puede gustarme?
–Yo no he dicho eso… –Bajó el tono de voz un tanto, carraspeando acto seguido la garganta.

¿En qué piensas, Jared Leto?

–Es lo que me parecía que decías. –Ladeé el rostro suavemente.
–Alma.
–Dime, Jared.
–¿Sigo gustándote? –Sus ojos claros se clavaron en los míos, haciéndome sentir intimidada y un tanto dolida a la vez que avergonzada.
–¿Qué pregunta es esa? –No pude aguantar la presión de su mirada y clavé la mía en mi regazo.
–La primera que se me ha ocurrido… –Susurró mientras ladeaba una sonrisa tímida y se inclinaba un tanto hacia mí.

Alcé la vista una vez más hacia él al advertir su proximidad y observé la forma en la que se inclinaba hacia mí, lenta y suave.

–Jared… –Fue lo único que alcancé a decir antes de agarrase mi mentón con los dedos pulgar e índice y presionara sus labios contra los míos.

Fue un beso corto que me hizo jadear violentamente, mis ojos no dejaban atrás los suyos hasta que Jared ladeó el rostro y me besó de forma aún más intensa, tan intensa, que me hizo cerrar los ojos de puro placer, dejándome hacer ante aquella suave ambrosía que hacía casi un año que no probaba.
Deslizó las yemas de sus dedos hasta la parte posterior a mi oreja, hundiendo acto seguido los dedos entre los cortos mechones de mi media melena rubia.
Cristo, aquello ocurrió de forma tan… inesperada… Tan inesperada que apenas me dio tiempo a procesarlo.

Jared volvió a separarse de mis labios, observándome con una mueca imperturbable. De forma fija, con la respiración un tanto agitada, manteniéndose totalmente inmóvil.

–Jared… ¿qu… qué haces? –Tartamudeé en un nuevo jadeo, sintiendo como mis ojos se humedecían de forma excesiva, vidriosos ante la emoción infundada que me apretaba el pecho.
–Joder… –Jared se llevó una mano a la cara, pellizcándose el puente de la nariz mientras cerraba los ojos, tomándose un descanso. –Cristo, Alma… lo siento… –Pronto recogió el macbook, volviéndolo a meter en su maletín para llevárselo consigo.

Me quedé allí sentada, observando como Jared se marchaba apresurado y cerraba la puerta de la misma forma. Realmente me encontraba en estado de shock. No sabía si sonreír o llorar.

¿Qué carajo había ocurrido?


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Justo había terminado de ponerme aquella ancha camiseta blanca de Hard Rock Cafe que usaba a modo de pijama cuando escuché el timbre sonar. Posiblemente se tratase de Alicia, solía venir a cenar de vez en cuando y hacía un par de días que no la veía.

Me dirigí hacia la puerta de la entrada descalza aún, y abrí la puerta con una sonrisa suave, esperando a escuchar alguna exclamación proveniente de la suave voz alegre de mi mejor amiga.


Pero no fue así. 


–Siento mucho presentarme a estas horas, Alma…

El atractivo doctor de ojos verdes se encontraba a unos pasos del umbral de la puerta de mi ático. Lucía mucho más informal que de costumbre. Se había deshecho tanto de su chaqueta de traje negra como de su corbata y había optado por abrirse los primeros dos botones de su camisa blanca. Su cabello castaño había perdido la forma de ola con la que solía moldearse el flequillo y ahora lucía un tanto despeinado, lo que le proporcionaba un ligero aire felino, incluso aparentaba ser mucho más posesivo y activo, quizás un aire más juvenil también le daba. Conservaba las manos en el interior de sus bolsillos de traje y mantenía aquellos anchos hombros suyos un tanto encorvados hacia adelante en una postura a la que estaba más que acostumbrada a presenciar, pero que jamás había dejado de hacer que me estremeciese.

–Thomas… –Fue lo único que alcancé a decir, pues realmente me sorprendía su presencia.
–Mil disculpas de nuevo, Alma… vengo a disculparme. –Se acercó un paso a mí y tuve que alzar el mentón para poder observarlo a los ojos.
–¿A disculparse? –Fruncí el ceño muy suave. –No tiene por qué preocuparse por nada, Thomas, si la tozuda soy yo…
–Existen diversas formas de decir las cosas y la de esta tarde no ha sido la más apropiada… Confieso que perdí la paciencia, pero no paro de pensar en que no debía haberte hablado así y no podía quedarme con esto dentro. –Alzó una mano para colocarla sobre su mentón y acariciarlo muy suave con las yemas de los dedos. –Y sé que mañana tenemos que vernos, pero no puedo pasarme los tres cuartos de hora que nos vemos disculpándome, son dos asuntos totalmente ajenos el uno del otro.
–Thomas… –Esbocé una sonrisa leve, casi imperceptible y me eché a un lado, dispuesta a dejarlo pasar. –¿Le gustaría entrar? Hace frío…

Thomas llevó la mano desde su mentón a su frente, y después se atusó el pelo suavemente con las yemas de los dedos, asintiendo ante mi proposición acto seguido.

–Gracias, Alma. –Se giró justo al entrar, quedando a pocos centímetros detrás de mí, por lo cual, al cerrar la puerta, me giré para ir en dirección al salón, chocando violentamente contra el torso del psicólogo. –Eh… –Susurró Thomas sin moverse tan siquiera un milímetro a pesar del fuerte impacto, agarrándome acto seguido por los codos para impedir que pudiese caer al suelo de parqué.
–Cristo… Disculpe, Thomas. –Se me hizo totalmente imposible no ruborizarme, por los cual mantuve la cabeza baja para evitar que me viese.
–¿Podrías tutearme, por favor, Alma? –Una suave carcajada masculina inundó el recibidor del ático.
–Sí, claro… perdón. –Me mordí el labio con cuidado, dejando la vista posada en las uñas de los dedos de mis pies, adornadas con una delicada manicura francesa.

Sentí como Thomas agarraba mi mentón justo como Jared lo había hecho un par de horas antes y me inundó un real pánico mientras alzaba mi rostro, pero no me aparté de él, realmente no me apetecía. Clavé la vista en los ojos verdes del psicólogo, expectante a su próximo movimiento.
Pero él no se movió.
Simplemente se quedó allí parado, acariciando mi rostro con su mirada, podía incluso sentirla dibujando de forma abstracta sobre mis mejillas y comisuras de tan intensa que era.

–Me gusta que me mires a los ojos mientras hablamos. –Musitó él con dulzura, esbozando a la vez una sonrisa discreta.
–Hm… ¿te apetece un café? –Me arrepentí de aquello justo después de decirlo. Definitivamente me había pasado de seductiva. Muy apropiado todo.

Muy bien, Alma. Ouh, yeah.

–No me gusta el café. –Las comisuras de los labios de Thomas se alzaron divertidas, altamente joviales. Parecía realmente divertido con mi proposición. –Pero gracias. –Apartó la mano que sostenía mi mentón y se apartó también un paso de mí en dirección a la puerta. –Será mejor que me vaya.
–No.
–¿Cómo que no?
–Tengo cerveza… y té.

Thomas volvió a reír de aquella forma armoniosa.
Lo cierto es que no tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Acababa de besar a Jared, me había encantado. Lo amaba. Lo amo, y ahora… ¿qué hago reteniendo a Thomas? 
Jesús… qué sola estoy.

–De acuerdo… aceptaré esa taza de té. –Accedió él, manteniendo esa sonrisa suave y profesional que lo caracterizaba.
–Siéntate, por favor. –Señalé al sofá que se hallaba a unos pasos de nosotros.
–¿Puedo acompañarte? –Alzó una ceja con suavidad, esperando paciente.
–Claro que sí.

Me giré para dirigirme hacia la luminosa cocina americana. Sentía los pasos de Thomas justo detrás de mí, lo que me ponía realmente nerviosa.

Hard Rock, ¿eh? –Musitó él de forma sugerente mientras se sentaba en unos de los taburetes de la cocina, frente a la barra. No paraba de escrutarme con la mirada, curioso, parecía realmente agradado con la situación. –Se me hace raro no verte con esos tacones tuyos. Pareces más… baja. –Se burló él, riendo bajo acto seguido.
–¿Quieres que vaya con los tacones también por casa? Dame un respiro. –Me giré para echarle una mirada divertida, aunque no sonreía de forma amplia. Hacía tiempo que no hacía eso.
–No he dicho que me desagrade el atuendo, Alma. Eso que llevas parece mucho más cómodo que esto. –Se tiró del cuello de la camisa blanca que llevaba.
–Apuesto a que lo es. –Coloqué la taza de té frente a él y me senté también en uno de los taburetes, frente a él también.
–Bueno… ¿qué tal te ha ido con Jared esta tarde? –Alzó la vista hacia mis ojos, y advertí en los suyos un tanto de desconfianza, quizá hostilidad.
–No sé… –El famoso nudo de mi garganta volvió a relucir. Aquél tema me ponía realmente nerviosa.
–¿Eso qué significa? –Thomas frunció el ceño con rudeza.
–¿Hacemos un trato?
–Cuéntame.
–Yo te lo cuento y tú no te enfadas… por favor.
–¿Qué ha pasado, Alma? –Thomas parecía estar impacientándose.
–Jared me ha besado. –Me mordí el labio, esperando realmente el sermón venidero.

Pero curiosamente no dijo nada, simplemente se quedó inmóvil, mirándome a los ojos con semblante inescrutable. 
¿Debería temer?

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THOMAS.

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